
Hace más de veinte años (1992) fui por primera vez al Salón Internacional del Cómic de Barcelona, que se hacía entonces en el mercado del Born, un lugar entrañable y lleno de afición sosegada y adulta por los tebeos, (aún no existía el cosplay) donde hice mi primer contacto con el mundo del cómic profesional, y empecé a desear formar parte de él. Allí conocí en persona a señores del tebeo nacional como Bernet o Abulí, descubrí una red inmensa de aficionados que confluían año tras año en aquel recinto maravilloso para encontrarse, charlar de cómics, comprar novedades y antigüedades, enseñar sus trabajos en enormes carpetas,(yo tenía la mía llena de tonteras) visitar tiendas especializadas, los stands de firmas con autores de los que antes tan sólo conocías su trazo y al fin les ponías cara.
Desde entonces he visitado el Salón de Barcelona varias veces más, he perdido la cuenta, tal vez en cinco o seis ocasiones (los años 90 los recuerdo a cañas y copas, están un poco nebulosos), la mayoría de ellas en aquél sitio estupendo que fue la Estación de Francia, un lugar abierto, iluminado, aireado y sin tanto ruido como en el recinto actual, ese ensordecedor y frío asador de pollos disfrazados en que se convirtió el Ficomic al pasarse a la Feria de muestras de plaza de España.
Ahora vuelvo a Barcelona, después de la increíble experiencia de publicar La huella de Lorca y sentarme a firmar junto a los grandes en el stand de Norma Editorial hace dos años, para visitar a algunos colegas, ver la exposición de cuadernos de viaje en la que participa mi amigo Joaquín López Cruces, charlar con los señores de Norma y en fin, hablar de trabajo y de futuro, puede que tal vez no tanto de cómic o tebeos, o tebeocomics o novela gráficaaaaarrrhhggg... porque sinceramente, me estoy quitando...